Boca y River se reencontraron en un contexto tenso, de todas formas, y al fin y al cabo, un Superclásico siempre es un contexto tenso. Pero esta vez, el clima tenía otro peso. Los dos llegaban con la obligación de cerrar el año de la mejor manera posible, arrastrando más preguntas que certezas. El conjunto de Claudio Úbeda aparecía más tranquilo, firme en la punta de su zona con 23 puntos y con Leandro Paredes como brújula en el mediocampo. En la vereda de enfrente, el River de Marcelo Gallardo atravesaba un momento gris, con apenas una victoria en los últimos seis partidos y la sensación de que todo lo que alguna vez fue sólido comenzaba a resquebrajarse.

No se trataba solamente de orgullo. El superclásico también tenía el valor de definir el rumbo hacia la Copa Libertadores 2026. Boca partía con ventaja en la tabla anual (segundo con 56 puntos) mientras que River, tercero con 52, necesitaba un golpe de efecto para evitar el repechaje. La Bombonera se preparaba para otro capítulo de esta eterna historia y la posibilidad de renacer, aunque sea por 90 minutos.

Úbeda eligió no mover demasiado el tablero. Repitió casi todo lo que le había dado resultado en La Plata frente a Estudiantes. Gallardo, en cambio, decidió arriesgar. Sin Juan Fernando Quintero y con una línea de tres volantes, River buscó un equilibrio que nunca encontró.

El comienzo fue parejo, con ambos equipos tanteándose, porque el miedo a perder pesaba más que el deseo de ganar. Boca se mostraba ordenado, prolijo, seguro en su estructura. River, en cambio, nunca logró acomodarse del todo. La pelota le duraba poco y cada ataque parecía improvisado. Con el correr de los minutos, el partido se volvió una maraña. Se desordenó. Se volvió caótico. Lo que había empezado con cierto equilibrio terminó siendo un ida y vuelta sin forma ni sentido.

En medio de esa confusión, Boca encontró claridad. Cuando todos parecían jugar a la deriva, apareció Exequiel Zeballos para devolverle al fútbol un poco de lógica. “Chango” controló, definió y gritó el 1-0. Fue un gol que valió más que un gol y fue también la confirmación de un equipo que sabía lo que hacía, incluso en el desorden ajeno.

El entretiempo no cambió nada para River. Lo que fuera que haya dicho el DT en el vestuario se diluyó apenas comenzó el complemento. Al minuto, Miguel Merentiel aprovechó un pase bárbaro de Zeballos y marcó el segundo. Fue un mazazo. A partir de ahí, Boca jugó sereno porque se sabía ganador y River quedó entregado a sus propias sombras.

El resto del encuentro fue un espejo del presente de ambos. Boca, convencido. River, desesperado. Las 10 amarillas (siete para el equipo de Gallardo) reflejaron la impotencia de un plantel que no sabe cómo salir del pozo. No hay excusas económicas ni internas. Es otra cosa. Algo más profundo. Tal vez una desconexión entre la idea y la ejecución, entre la gloria pasada y la realidad presente.

El voto de confianza que le dio la dirigencia a Gallardo, con Stefano Di Carlo recién asumido en la presidencia y la renovación del técnico firmada hace días, se sintió vaciado. Porque River perdió únicamente el superclásico. Perdió, por momentos, su identidad. El brillo de otros tiempos ya no alcanza para tapar el presente.

Boca, en cambio, parece haber encontrado su punto de equilibrio. El golpe de la final perdida en la Libertadores 2023 dolió y dejó cicatrices, como también las sucesivas idas y vueltas de entrenadores. Pero el trabajo silencioso que comenzó Miguel Ángel Russo y continuó Úbeda, sumado al liderazgo de Paredes, consolidó un equipo que hoy juega con madurez, sin desesperarse.

Zeballos vive su mejor momento. Gol, asistencia, confianza, rebeldía. Merentiel, enérgico y oportuno, coronó una actuación que fue pura entrega. Y detrás de ellos, un grupo que volvió a disfrutar del juego, algo que en Boca no pasaba hace mucho.

River, por su parte, sigue sin encontrar respuestas. Los nombres están, la historia también, pero la conexión se perdió. No hay estadio nuevo, hinchada llena ni figuras en la tribuna que puedan disimular lo que salta a la vista: un equipo que ya no sabe a qué juega.

La Bombonera fue un vendaval. Festejó cada quite, cada carrera, y cada abrazo. Porque más allá de los tres puntos, lo de Boca fue el regreso a un lugar que creía perdido.

El superclásico terminó 2 a 0, pero los números no alcanzan para medir lo que pasó. Boca renació; River se desmoronó. Uno encontró calma en el orden, el otro se ahogó en su propio ruido. Y mientras la multitud coreaba los nombres de Zeballos y Merentiel, quedó flotando la certeza que atraviesa generaciones. El fútbol argentino puede cambiar de protagonistas, de técnicos o de sistema, pero hay cosas que nunca se alteran.

Siempre habrá un Boca y un River mirándose a los ojos, recordándole al otro que la historia, por más que gire, nunca deja de repetirse.